Los feminismos negros como emancipación universal
Rudy Amanda Hurtado Garcés | Alejandra Londoño Bustamante
Los feminismos son un campo de disputa de sentidos y materialidades cuyo lugar de acción política apunta contra las configuraciones del sistema de dominación y opresión patriarcal en diferentes momentos y espacios. En ese sentido, históricamente, han configurado un campo de lucha que ha implicado batallas en las que hemos perdido vidas, sueños, utopías y debates, pero en donde también hemos ganado una capacidad organizativa sin precedentes. Muchas de las luchas dadas desde los feminismos hoy representan libertades y dignidades para una parte de esa mitad de la humanidad conocida como «las mujeres». Sin embargo, reconocer estos avances y enunciarlos como un fragmento de nuestras historias, no significa que no existan profundas contradicciones no resueltas al interior de esos mismos feminismos, contradicciones que además han sido violencias y dolores para las mujeres negras, empobrecidas e indígenas. Reconocer los logros de los feminismos no puede llevarnos a encubrir las contradicciones que muchas feministas reproducen y de lo cual se niegan a hablar cuando no se toman en cuenta los otros dos modos de opresión, a saber: la clase y la raza. En esa dirección, en los feminismos también se producen jerarquías, relaciones de dominación cuyas jerarquías y clasificaciones raciales y de clase son también un lugar en donde las opresiones se convierten en formas de silencios y violencias. Dicho de otra manera: los feminismos no están por fuera del orden racial y de clase que nos ordena globalmente. Pero la gran incógnita es cómo vamos a tramitar estas contradicciones experimentadas al interior de los movimientos emancipadores que, por un lado, eviten una división irreconciliable entre facciones o particularidades y, por otro, que debilite la construcción de solidaridades entre los oprimidos del capitalismo patriarcal. Por citar un ejemplo: se corre el riesgo de caer en lecturas étnicas y particularistas que muchos sectores indígenas y negros, influcienciados por cierta hegemonía académica, emplean como un horizonte de sentido esencialista y con dificultades para una articulación de vocación universal. Quizá el primer paso consista en asumir una lectura más humilde de los logros que la academia blanca, situada en los centros mundiales de pensamiento, ha logrado iluminar sobre la opresión y la emancipación de las comunidades negras e indígenas. En esa dirección, no es gratuito que desde principios del siglo xx (y estamos convencidas que desde mucho antes) las mujeres negras, en diferentes lugares del mundo interpelen la racionalidad feminista blanca, sus marcos ideológicos y políticos, sus apuestas y prácticas. Al respecto bell hooks señaló: «A menudo las feministas blancas actúan como si las mujeres negras no supiesen que existía la opresión sexista hasta que ellas dieron voz al sentimiento feminista. Creen que han proporcionado a las mujeres negras “el” análisis y “el” programa de liberación. No entienden, ni siquiera pueden imaginar, que las mujeres negras, así como otros grupos de mujeres que viven cada día en condiciones opresivas, a menudo adquieren conciencia de la política patriarcal a partir de sus experiencias vividas, a medida que desarrollan estrategias de resistencia —incluso aunque esta no se dé de forma mantenida u organizada»—. (hooks; 2004; p. 45). Cuestionar desde los feminismos negros la racionalidad blanca feminista ha implicado hacer visible el racismo como estructura de poder y dominación dentro y fuera de los feminismos, ha significado develar el racismo que opera en los movimientos feministas de las mujeres blancas y sumado a esto, en nuestros contextos latinoamericanos, luchar en contra del racismo existente en movimientos de feministas situadas racialmente dentro de ciertos privilegios del mundo criollo mestizo; asimismo, estos cuestionamientos han evidenciado la NO existencia de un sujeto mujer homogéneo: es decir, que viva los mismos dolores o que tenga los mismos privilegios y posibilidades. Cuestionar los feminismos hegemónicos ha implicado además romper con «sororidades» que encubren violencias, una lucha constante y permanente para no ser silenciadas en uno de los espacios que se supone es «seguro» para «las mujeres». Los feminismos no podrán seguir recitando que son antirracistas, anticapitalistas y antipatriarcales si no comprenden los diferentes niveles de opresión, si no escuchan y si no convierten las consignas en acciones reales. Queda abierto el debate con el feminismo, un debate que esperamos se dé con fuerza en escenarios públicos en los que lo que medie no sea el miedo a moverse de las comodidades propias. Ahora, luchar en tantas vías y contra tantos sentidos racistas, incluso al interior de los proyectos que plantean revoluciones y transformaciones, como lo son los feminismos, más que un capricho de las mujeres negras, es la posibilidad de construir un proyecto de solidaridad real y construcción de lo común en donde quizás, nuestra lucha más radical y fundamental, ha sido construir un marco político y de comprensión del mundo desde las experiencias propias de las mujeres negras, es decir, una lucha en la que las opresiones no son fragmentos sino inseparabilidades, porque así han funcionado históricamente en nuestras propias vidas, en donde la lucha antirracista no es especificidad de las personas negras, ni el anticapitalismo de las personas empobrecidas o la lucha feminista de las mujeres, porque la raza, la clase y los órdenes patriarcales son una única matriz de dominación en nuestras vidas como mujeres negras. Y como si fuera poco, a las mujeres negras, afrodescendientes y de la diáspora nos toca pelear contra todo el mundo, incluso al interior de los movimientos antirracistas, en nuestras comunidades. Cada vez que enunciamos, nos organizamos y reflexionamos desde una militancia feminista nuestras opresiones como mujeres negras, los hermanos negros nos leen, muchas veces, desde una tabula rasa del separatismo y el debate se reduce a una simple ecuación que interpreta nuestras apuestas, posturas y políticas feministas como sinónimo de fragmentación de lucha antirracista y embelecos reaccionarios. A no confundir las cosas: el separatismo no lo propiciamos nosotras sino aquellas y aquellos que no son capaces de solidarizarse con la realidad de que en nuestros cuerpos sufrimos todas las formas de opresión a la vez: clase, raza y género. Pero incluso, no se trata solo de debates políticos y organizativos entre hombres y mujeres feministas negras, puesto que también en nuestras casas, en algunos de nuestros territorios, muchos hombres negros se han convertido en aliados del hombre blanco. Reproducen así las lógicas patriarcales del hombre blanco: abusan de nosotras, nos maltratan, nos violentan, como si hubiera un pacto patriarcal sobre el cual debemos poner la mirada porque ustedes, nuestros hermanos, históricamente han sido comunidad con nosotras y así debe seguir siendo, pero comunidad no es silencio, de ninguna manera nuestra hermandad puede ser silencio y matiz de la violencia machista. Por eso, las acusaciones que señalan a los feminismos negros como «fragmentadores» de la lucha del pueblo negro funcionan como disuasiones poderosas que debilitan el lugar de lo político del pueblo negro en tanto es un borramiento de lo que somos y de todo lo que coexiste en su interior, y esto es un arma poderosa contra las posibilidades emancipatorias de los feminismos negros y, por tanto, del movimiento negro/afrodescendiente. Son los que nos acusan de separatistas los que están obturando las posibilidades de una verdadera emancipación del movimiento negro. Y no nosotras, al explicitar las contradicciones internas que nos atraviesan como movimiento. Dossier 54 - Portada Estas posturas obedecen al mandato del sistema patriarcal y son reproducidas desde los esquemas de las prácticas del machismo, pero además son uno de los mecanismos más efectivos de reproducción de la misoginia. Las masculinidades convencionales están cómodas desde ese lugar, porque desde allí pueden ejercer esos microespacios de poder que el hombre blanco les concede, ese pedacito de pseudo-privilegio otorgado por el hombre blanco, migaja de privilegio que ustedes toman y utilizan para fraccionar y romper a sus hermanas. Eso, hermanos, tienen que reflexionarlo y resolverlo. A nosotras nos toca pelear contra todo el mundo porque nuestros cuerpos son producidos por el sistema racial, patriarcal y capitalista, esas tres experiencias simultaneas de opresión se adueñan de nuestras vidas. Declararse feminista dentro del movimiento negro trae como consecuencia, muchas veces, condiciones materiales de opresión que generan desilusiones, tristezas y soledades. En ese sentido, también hacemos un llamado a los hombres negros, y lo hacemos desde una solidaridad fraterna. Desde este sentimiento fraternal de solidaridad les decimos que deberán transformar de forma consciente sus postulados y prácticas machistas y el elogio a la misoginia si esperamos que el separatismo no se convierta en una estrategia de defensa de las mujeres negras que no solo debemos luchar contra el racismo, sino además por nuestras vidas y nuestra dignidad frente a hombres que refuerzan sus violencias sobre nosotras como su único espacio para desplegar el poder enseñado por el hombre blanco. Los hombres negros deberán asumir las posturas, políticas y prácticas de los feminismos negros, deberán estar a la altura de lo que exige nuestra época. O, de lo contrario, seguirán siendo un engranaje más de las opresiones que nos violentan a las mujeres negras, afrodescendientes. Estos vestigios apenas enunciados en torno a los debates de los feminismos negros al interior de las luchas feministas blancas y de los movimientos antirracistas hacen parte de un debate más amplio y complejo que de ninguna manera se reduce a lo que aquí planteamos. Asimismo, es importante decir que a lo largo y ancho de todo el continente existen luchas feministas, antirracistas y del pueblo negro/afrodescendiente que rompen con estas lógicas hegemónicas y que nos convocan justamente a estas reflexiones, hoy y desde mucho tiempo atrás. Sin embargo, nos vemos llamadas a este diálogo al que consideramos necesario convocar a otros y a otras, enunciar debates vigentes y aún no superados, pero además y fundamentalmente plantear que los feminismos negros son un espacio político en el que convergen las luchas necesarias para construir un lugar emancipatorio universal, común y radical para la humanidad. Consideramos esto puesto que las opresiones que operan sobre las mujeres negras las ubican en lo más profundo de la matriz de dominación racista, patriarcal y capitalista; sus posiciones subjetivas son definidas desde la articulación de estos sistemas de opresión; desde este lugar asignado, las mujeres negras pueden sentir, politizar y por tanto mirar como lechuzas en todas las direcciones. Son precisamente estos lugares asignados por la matriz de dominación los que producen las militancias, apuestas y prácticas emancipatorios de las mujeres negras, luchas que además son universalizables y que por tanto han logrado interpelar desde dentro a los feminismos blancos, al capitalismo e incluso al hombre negro, produciendo así uno de los posibles lugares en los que podemos todas y todos materializar las libertades. En ese sentido, las experiencias y las luchas de las mujeres negras son el horizonte radical emancipatorio de la humanidad. Las luchas de las mujeres negras son universalizables como proyecto de lo común porque la vida de las mujeres negras y, por tanto, los marcos de acción política de los feminismos negros, están atravesados por toda la matriz de dominación y esto, incluso, supera el lente de la interseccionalidad. Los feminismos negros son un horizonte liberador que rebasa las políticas públicas o las acciones afirmativas interseccionales; los feminismos negros son una posibilidad radical de emancipación para todos los pueblos oprimidos del mundo. No hablamos aquí de un «esencialismo del ser mujeres negras» como el único lugar de conciencia, hablamos más bien de la posibilidad de comprender que tanto en las experiencias como en las vidas de las mujeres negras se condensan todas las opresiones y, por tanto, como diría The Combahee River Collective, la liberación total de la humanidad. Ilustración de Emitxin
Brenda Navarro
Dahlia De la Cerda
Dahlia De la Cerda