Pocas veces el destino permite que un gran escritor sea retratado por un gran poeta. Balzac bajo la mirada de Gautier. El resultado es un libro portentoso. Y más si tomamos en cuenta que fueron amigos cercanos. La admiración que Gautier profesa por Balzac es evidente, pero justo eso es lo que hace tan impactante este libro. No es una simple biografía y mucho menos una crítica literaria. Así como Gautier llevó una tórrida amistad con el inigualable Rimbaud, fungiendo de alguna forma como su mentor, también él estuvo en el mismo sitio que aquél, sólo que bajo la égida de Balzac, su maestro. En pocas páginas nos introduce en la vida no de un escritor, sino de un personaje mítico, más parecido a un dios lúdico que a un simple mortal. Ése es el encanto del ejercicio que Gautier realiza al rememorar a su querido maestro. Escuchémosle: «Lo mismo que el dios de la India Visnu, Balzac tenía el don de avatar, es decir, el de encarnarse en cuerpos diferentes y vivir en ellos el tiempo que quisiera; sólo que el número de avatares de Visnu se fija en diez, mientras los de Balzac son incontables y además podía provocarlos a voluntad. Aunque parezca extraño decir esto en pleno siglo XIX, Balzac fue un vidente. Su mérito como observador, su perspicacia de fisiólogo y su genio de escritor no bastan para explicar la grandísima variedad de los dos o tres mil tipos que representan un papel más o menos importante en La comedia humana. No los copiaba, los vivía idealmente, se ponía la vestimenta de ellos, contraía sus costumbres, se rodeaba de su ambiente, era ellos mismos todo el tiempo necesario».
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